José Herrero Arcas
M.A. Herrero
martes, 2 de octubre de 2012
jueves, 15 de septiembre de 2011
Pregón de Semana Santa de Hellín 2006
A cargo de José Herrero Arcas.
Alcalde, Presidente de la Asociación de Cofradías y Hermandades de Semana Santa, Presidente de la Asociación de Peñas de Tamborileros, Autoridades, hellineras y hellineros, amigos todos:
A primeros de año recibí la llamada de Don Vicente Más en nombre de las Asociación de Cofradías y Hemandades para invitarme a pronunciar el Pregón de la Semana Santa de Hellín.
Esta inesperada llamada me produjo una mezcla de sorpresa y emoción porque cualquier hijo de Hellín, sabe y reconoce, el alto honor que significa anunciar la Semana Santa de un pueblo que siente, padece, ora y celebra como si fuera un solo corazón.
Mi corazón ahora acompasa su latido al redoble de los tambores con el son de mi más sincero agradecimiento a Hellín, a mi pueblo y a su gente, por honrarme como heraldo de nuestra Semana Santa.
Este es un privilegio reservado a hombres de letras de prestigio, al lado de los cuales me encuentro ahora, de forma inmerecida, por la generosidad de la Asociación de Cofradías y Hermandades, a la que espero corresponder con este Pregón para todos mis paisanos.
Para asumir esta responsabilidad y no defraudar la dignidad exigida, he invocado a la parte de verdad que porta todo hombre y que no entiende de saberes ni de condición social. He recurrido, queridos hellineros y hellineras, a la memoria, al recuerdo y a esa emoción poderosa que es el amor por la tierra que nos vio nacer.
El libro " Pregones de la Semana Santa de Hellín, de nuestro paisano y Cronista Oficial, gran amigo Antonio Moreno, cuya meritoria labor a favor de nuestra cuidad aprovecho ahora para resaltar, me ha servido de inspiración para hacer hoy, aquí, en este marco incomparable de la Parroquia de La Asunción, el anuncio de una nueva Semana Santa.
Pregoneros como Juan Andújar Balsalobre, Tomás Preciado Ibáñez, Antonio Millán Pallarés, Mariano Tomás Benítez, Juan Bravo Castillo, Juan Andújar Tomás y tantos otros, se reúnen en esa publicación formando una ilustre galería que forma ya parte de la historia de Hellín y, lo que es más importante, de la memoria colectiva de su Semana Santa.
Comprenderán ustedes el porqué en este momento me sienta, al mismo tiempo, halagado y turbado por tan enorme responsabilidad.
Afronto pues este cometido con la profunda convicción de que cualquier empresa se puede afrontar con éxito si se hace con verdad y amor.
Ojalá que así sea y mi nombre acompañe sin desdoro a todos los ilustres hellineros que me han precedido en esta dignidad, a los que he querido y me honran con su amistad.
Termino esta breve reseña de reconocimientos reiterando mi gratitud a los que me han elegido para este empreño, a los que me han ayudado, a los que me han servido de fuente de inspiración y a todos aquellos en cuya obra literaria me he apoyado para poder estar hoy aquí, ante ustedes, con la solemnidad que este acto exige y requiere.
Y ahora es mi deber presentarme. Verán, mis padres, Julián y Celia, nacieron ahora hace 113 años y naturalmente ya no están con nosotros. Él nació en la localidad murciana de Fortuna y mi madre en Hellín. Juntos pasaron cincuenta años en este pueblo que es el mío, puesto que en él me dieron la vida. Más de medio siglo de convivencia continuada de matrimonio en nuestra ciudad dan fe de las raíces hellineras de mis progenitores.
Mi madre nació en Hellín, repito, en la calle del Águila. Era una hellinera profunda, amante de su pueblo, de sus tradiciones y de sus gentes. Fue una mujer inteligente que nos educó a todos en un hondo cariño a Hellín. Recuerdo perfectamente que, cuando se ponía a hablar de nuestro pueblo, lo hizo siempre con emoción y entusiasmo.
Buena prueba de ello es que, a pesar de que vivió algunos años de su adolescencia en Cartagena, luego volvió a Hellín para quedarse hasta el final de sus días.
Cuando nos relataba sus recuerdos sobre la monumentalidad de los tronos o el vistoso paso de los Tercios de la Semana Santa Cartagenera, concluida siempre con esa nota de orgullo, que habla sola del carácter hellinero al contar nuestras cosas: "pero, Pepito, como la Semana Santa de Hellín ninguna; ésta es la mejor del mundo".
Vuelve a mí esta sencilla, pero definitiva frase que comparto con ustedes, con un profundo respeto y gran cariño, porque mi madre vivía con absoluta intensidad toda la historia y tradiciones de Hellín y, entre ellas, en lugar preferente, situaba el más grande de sus acontecimientos, la Semana Santa.
Por eso hoy quiero dedicar este Pregón a mi madre, ¡ a Celia Arcas ¡. Pero no quisiera que quedase así, sólo en el recuerdo de mi madre, sino que este Pregón fuera también una ofrenda dedicada a todas las madres, a las madres de vuestras madres, y en definitiva, a la mujer hellinera.
También quisiera, y creo que todos vosotros compartiréis este deseo, que este Pregón vaya consagrado especialmente a una madre, a la Madre a todos que comparte su amor y su sufrimiento por todos sus hijos, a la madre de Jesús de Nazaret y a una de sus más queridas imágenes, a nuestra Virgen de Los Dolores, a la DOLOROSA DE HELLÍN.
Viví gran parte de mi existencia en la calla Corazón de Jesús y allí, siendo niño, me inicié en el conocimiento y amor por la Semana Santa de mi pueblo. Mi madre fue la inductora directa y necesaria para que este aprendizaje fuera cuajando en mi memoria infantil hasta transformarse en un profundo sentimiento.
En mi casa, bajo su mirada amorosa, aprendí a conocer y entender el toque del tambor, aquel “racataplam”, que es música y letra del himno hellinero y que todos nosotros dedicamos también, con fervor y entusiasmo, a la Madre protectora de nuestro pueblo, a la Virgen del Rosario, esa Virgencica morena, colmada de gracia divina y adomada por su recortada y gentil silueta hellinera.
Un poco más debajo de mi domicilio infantil y juvenil, en la Plaza de Santa Ana, se situaban las herrerías de los Ruiz y Periches, en cuyos aledaños me sentaba durante horas a observar la forja de los tornillos del tambor y cómo, de un trozo de basto hierro, surgía finalmente un espléndido, limpio y equilibrado tornillo. Una autentica obra de arte, conseguida con la paciencia del orfebre y con la sabiduría artesana del que sabe forjar y limar el duro metal.
Yo, debo confesarlo, envidiaba esas manos templadas por el trabajo, ásperas y encallecidas en la fragua, que con el milagro de la Semana Santa, se transformaban en instrumento de dolor y exaltación, arrancando a la piel de sus tambores el sufrimiento por la agonía del Hijo y el júbilo por el Resucitado.
Cuando era niño la Cuaresma abría las calles y plazas para los primero ensayos del toque del tambor. Infantes, Jóvenes y mayores nos afanábamos en la puesta a punto de las cajas que después repicaban durante los días señalados por las calles de Hellín. Entonces empezaba a oírse en un sitio y en otro los numerosos ensayos, pórtico deseado y necesario de una fiesta que todos esperábamos y después gozábamos.
Cómo no evocar en este momento, la nostalgia y la ternura que aflora en el alma de todos los hellineros que residimos fuera de nuestro pueblo, al recordar esos crepúsculos mansos y tibios que despiden el día con la cadencia grave de los tambores en Cuaresma y la solemnidad de las cornetas.
Guardo en mi memoria vivencias imborrables como mi primera salida de Jueves Santo, a los catorce años, pertrechado con mi tambor y con el ánimo y el reto de resistir hasta la madrugada. Mi padre, todo serio me advirtió: “ no vengas tarde”. Entonces intervino mi madre: “ déjale que venga a la hora que quiera; lo importante es no tomar alcohol!”.
Un buen consejo entonces y ahora que modestamente me permito trasladar a toda la juventud.
En esas andanzas infantiles me encontraba yo, cuando llevado de nuevo por mi entusiasmo, un Miércoles Santo, aprovechando la ausencia de Julián, mi hermano mayor, decidí prescindir de mi pequeño tambor y cambiarlo por el suyo, y pese a los consejos de mi siempre prudente madre, salí rumbo al Rabal.
La desgracia quiso que la piel del instrumento se rajara de arriba abajo a los primeros redobles, lo cual representó un tremendo susto y volví a casa apenado y arrepentido al verse cumplidas las advertencias de mi madre.
El destino inmediato fue esconderme debajo de un tarimón para evitar las iras de mi hermano. El bueno de Julián hubo de resignarse, coger el maltrecho tambor y llevarlo de urgencia a Pachiche, aquel maestro en la reparación de nuestros preciados instrumentos quien, pese al arduo trabajo y la acuciante prisa, consiguió tener el tambor a disposición de Julián para el mismo Jueves Santo, día sagrado por excelencia para todo buen tamborilero.
En este breve anecdotario, donde los tambores se mantienen como hilo argumental, resurgen memorias infantiles de cuando asistí a un concurso de toque de tambor en el que, entre otros, participaba Rafael, un chaval con un gran dominio de los palillos, y que acariciaba el parche al propio tiempo que lo hacía redoblar con fuerza, encadenando toda suerte de toques.
Naturalmente, él ganó el concurso y yo, al tiempo que envidiaba su maestría, comencé a admirar en Rafael a todos los buenos hellineros. Después él fue maestro y paladín de varias bandas de cornetas y tambores que desfilaron durante muchos años en las procesiones de Semana Santa.
En aquella época era difícil, por no decir imposible, ver una mujer la noche de Jueves Santo o en la mañana del Viernes, tocando al tambor. Por eso recuerdo la figura de una tamborilera, Dolores “La Orcica”, que durante mis años mozos, revestida de su túnica negra y pañuelo al cuello, se unía al coro de las filas de los tamborileros haciendo sonar su caja con entusiasmo y destreza, compartiendo con nosotros las horas agotadoras de la tamborada.
Hoy, que afortunadamente han desaparecidos todas las restricciones que impedían a las mujeres participar de nuestras hermosas tradiciones, la mujer se ha integrado como una más en las Peñas tamborileras e incluso desborda y supera en participación a los varones, sin envidiarles en maestría y entusiasmo. Sirva este Pregón también de homenaje a la mujer tamborilera.
Hoy, que la benevolencia de la Asociación de Cofradías y Hermandades, me permite acudir de forma notable al reencuentro con la Semana Santa de mi pueblo, desagraviando las ausencias a las que me obligaron anteriores compromisos profesionales, quiero compartir con vosotros un emocionado recuerdo de mis años en Guadalajara.
Visitaba de forma oficial un pueblo alcarreño y en la plaza se había dispuesto una tribuna, donde me encontraba con el alcalde junto al resto de autoridades. Desfilaba una procesión precedida por un pequeña banda de música, que abría un grupo de cornetas y tambores. Al llegar a la tribuna se detuvo e interpretó el himno nacional. Cuando terminó la procesión y me acerqué a felicitar al director de la banda de música, a mi lado estaba el cabo de tambor de aquella agrupación.
Le dije: “toca usted muy bien el tambor”, a lo que contestó: “ es que soy de tierra de tambores”.
Incitado por la curiosidad no pude más que pedirle me dijera cuál era esa tierra, respondiéndome con enorme orgullo: “yo soy de Hellín”.
Entonces las palabra solas vinieron a mi boca: “hermano, dame un abrazo, que yo también soy hellinero” y ambos no pudimos evitar que nuestros ojos brillarán de emoción al recordar en silencio nuestro amado pueblo y su entrañable Semana Santa.
Todo esto es lo que me hace vibrar por esta tradición, ya universalmente reconocida, y lo que me conmueve el alma.
Los grandes clamores, los dramáticos silencios, la típica y variada gastronomía que acompaña siempre el son de nuestros tambores que han sabido aglutinar y encauzar el enorme gentío que el redoble congrega, la irresistible atracción que producen los miles de tambores enhebrados en enormes e interminables filas entusiastas manifestaciones durante cinco maravillosos días es lo que me impresiona y me fascina.
Por todo ello tomo prestados los versos de un gran amigo y joven poeta, Juan Antonio Andujar Buendía, eslabón de una generosa familia hellinera y que, con su permiso recito:
Pero la Semana Santa de Hellín no guarda en la cadencia de sus tambores la exclusividad de su representación popular. A la Semana Santa de Hellín también se llega por su fragancia de primavera, cuando la naturaleza acompaña a la tradición del Domingo de Ramos estrenando brotes y colores.
Es un aroma especial que impregna a todo Hellín con el paso de cada una de las procesiones que se suceden durante toda la semana, comenzando con el júbilo del Domingo de Ramos, en torno al paso de los hellineros hemos bautizado como “el de la burrica”, y que culminan con idéntico gozo en el mediodía del Domingo de Resurrección, al paso de un Cristo vencedor de la muerte y de su Madre transfigurada por la esperanza y la vida eterna.
Este maravilloso perfume procede también de las manos del esmero de los artistas florales, que adornan delicadamente con bellos ramos, los tronos que las cofradías y que los esforzados costaleros y costaleras, pasean con fervor y sacrificio por las calles hellineras.
Pero a los aromas hay que unir los sabores, sabor a Semana Santa con habas frescas acompañadas de bacalao, el mojete, las empanadillas indispensables en el trajín del tamborilero, el sabor fresco de la caña de la canela y los piñones en ese regalo de madre complaciente que son los panecicos, y los caramelos... esos caramelos hellineros, variados y sencillos, ofrecidos como prenda de amistad, dulce piropo o dulce regalo para los más pequeños.
Todo esto, también forma parte del libro no escrito de la Semana Santa, junto con la clásica indumentaria tamborilera (túnica negra y capuz o pañuelo al cuello), que se adueña del cuadro de una Semana de Pasión, que ha cobrado un gran atractivo turístico y que transforma Hellín, en estas fechas, en un lugar de singular interés.
Y una vez más debo recordar a Celia Arcas, mi madre, cuando llega el momento de referirme a las procesiones de la Semana Santa.
Ella, repito, me enseño a emocionarme y a sentirme participe de esta representación secular, que ha hecho de Hellín un escenario incomparable para evocar el Ministerio de Cristo, la tragedia de un Dios abandonado y hecho carne, y la amargura de una Madre.
Yo he sido, y debo decirlo para no traicionar el espíritu de este pregón que hoy tengo el honor de pronunciar, más espectador que actor en los desfiles procesionales, aunque alguna vez y siempre, en mi primera juventud, he participado como nazareno en la Hermandad de la Santa Cruz junto a la preciosa imagen de la Virgen de Zamorano.
Ya he hablado del bullicioso y concurrido alborozo que la Entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de nuestra “Burrica” convocada la mañana del primer domingo.
Después, tras la pausa del lunes, lo que en principio fuera traslado procesional del Martes Santo, se ha convertido con el tiempo en una bella Procesión, en la que brilla con luz propia y deslumbrante la bellísima representación de la Virgen de las Penas de José Zamorano, oro gran acierto de nuestro escultor paisano, y una aportación fundamental a nuestra iconografía religiosa.
Miércoles Santo, ya con el clamor de los tambores, da entrada es su atardecer a uno de los desfiles más representativos de la Semana Santa.
En mis tiempos juveniles, recuerdo que el paso más celebrado junto con la indiscutible emotividad que encarna siempre la Dolorosa, era el Paso Gordo (la Oración del Huerto), compendio del doloroso diálogo de Dios Hijo con el Dios Padre y comienzo real del misterio de la Pasión.
La Santa Cruz, como símbolo universal de la cristiandad, ya no abandonará prácticamente ninguna otra procesión y con ella, dos representaciones más en nuestra Semana de Pasión, Nuestra Dolorosa de Hellín y el rostro impenetrable del que más tarde se convertirá en narrador del drama, Dan Juan Evangelista.
Las figuras solemnes de Jesús de Medinaceli y Jesús Nazareno dotan a esta procesión de una dignidad trascendental para comprender una noche de angustia, reflejada en el magnifico monumento a la compasión y a la piedad que supone el paso de Los Azotes.
Existe una nueva imaginería de singular valor, que se ha ido incorporando a las procesiones, alguna de las cuales desfilan en este primer acto pasional. Así Nuestra Señora del Perdón y el Cristo de la Caída, completarán la impresionante escenografía del Miércoles Santo.
En el anochecer del Jueves Santo, la Procesión del Silencio supone un instante emocional único para contemplar tres momentos imagineros cuyo desfile no se volverá a reproducir en toda la Semana Santa.
Son el Cristo del Gran Poder de veneración universal, Nuestro Padre Jesús de la Misericordia y, sobre todo, la Virgen del Dolor, cuya hermosura se realza de forma primorosa por la esmerada ornamentación floral.
Evoca en nuestro corazón, mucho dolor, mucha belleza y mucha ternura ese rostro mágico de la Virgen y su serena y misteriosa estampa de resignación.
El Prendimiento es una pieza clave en esta composición procesional de Jueves Santo por su significado histórico. Este año se completa con la valiosa aportación de ese cuadro vivienta que será la Santa Cena, gracias al esfuerzo de un grupo de hellineros residentes en Alicante, configurados en asociación y Hermandad, que fieles a su tierra se someten en esta ocasión al examen de sus paisanos, y del que estoy seguro, recibirán la gratitud y acogida a la que se han hecho merecedores.
Pasada la tamborada nocturna de Jueves Santo y en pleno esplendor de sus sones mañaneros del Viernes, nos encontramos con el inicio de la Procesión por excelencia: la Subida del Calvario.
No he conocido a nadie como mi madre que viviera con tanto entusiasmo y devoción la mañana de Viernes Santo y que sintiese una veneración especial por esta procesión estandarte y emblema de todas las demás. Y la verdad es que ninguna otra ciudad, puede ofrecer un paisaje como el del Calvario hellinero para escenificar tanta grandeza.
El Cristo Crucificado y la Dolorosa, son los dos grandes protagonistas de este inigualable momento, escoltados por toda la colección de joyas que componen nuestra imaginería, y con esa coreografía majestuosa que aporta el Calvario.
La bajada del Calvario, arropada por el intenso sonar de miles de tambores, y su culminación con la entrada de la Virgen dolorosa en su templo, ante un público entregado que la contempla mientras escucha el himno de España, pone fin a una intensa mañana de emociones.
Ilustro este momento con un poema de Juan Andujar Tomás, otro miembro de la familia de poetas a la que antes hice alusión, dedicado a la Virgen Nazarena que dice así:
A la noche, calmados ya los ecos del redoble y sosegados los cuerpos por el descanso, podemos asistir al acto más solemne y ceremonioso de la Semana Santa, la Procesión del Santo Entierro.
El protagonista corresponde a dos Pasos: La estremecedora belleza del Cristo Yacente de Benlliure y la antiquísima y anónima talla de la Virgen de la Soledad.
Sobran las palabras y falta elocuencia para definir tanto dolor, tanto amor, tanta maravillosa misericordia y tanto recogimiento como es que esta noche se percibe en Hellín, por primera y única vez realmente enmudecido y, como siempre, devoto y piadoso ante Jesús y su Madre.
Pero llega la noche del Sábado Santo y otra vez, y no con menos entusiasmo, reaparecen el tambor y la algarabía, y en esta ocasión el son, el tiempo y el comportamiento, aportan mayor alegría y gozo al redoble hasta llegar a la mañana del Domingo de Resurrección.
Así la mañana del Domingo se viste de gran gala allá por la Gran Vía y por el entorno del recinto ferial con motivo del encuentro entre el hijo de Dios Resucitado y su Madre, la Virgen de los Dolores, que resplandece de gozo por su amado hijo recuperado para la vida eterna.
Mañana de júbilo y entusiasmo, acompañada del alegre sonar de bandas de cornetas y tambores y de agrupaciones musicales, que desfilan celebrando el acontecimiento, recuperando sus toques festivos para emprender un esfuerzo final por las costaleras y costaleros hellineros, que hacen bailar a las imágenes, contagiadas por el milagro de la Resurrección.
Es el final supremo de la celebración y el principio de una nueva Semana Santa que ha de venir con la misma fuerza, la misma entrega y devoción del pueblo de Hellín.
Desde este mismo instante tamborileros, nazarenos, costaleros, directivos, autoridades y, sobre todo el pueblo de Hellín, hombres y mujeres que desempeñan todas estas labores, comenzarán a pensar las mejoras a introducir, las novedades a aportar y las ansias de superación que año tras año nos deslumbran gracias a su esfuerzo, fe y amor al pueblo que les ha visto nacer.
Esto es Hellín y en el modesto intento de desvelar el esplendor de nuestra Semana Santa, deseo llevar a todos la voz por desgracia recientemente desaparecida, del fundador y principal componente de esa familia de poetas a la que he venido aludiendo.
Juan Andujar Balsalobre describía así, con unos versos llenos de sensibilidad parte de lo que era su Semana Santa, la Semana Santa de Hellín:
Paisanos y paisanas, amigos de Hellín, os deseo a todos una Gran Semana Santa.
Muchas gracias.
Alcalde, Presidente de la Asociación de Cofradías y Hermandades de Semana Santa, Presidente de la Asociación de Peñas de Tamborileros, Autoridades, hellineras y hellineros, amigos todos:
A primeros de año recibí la llamada de Don Vicente Más en nombre de las Asociación de Cofradías y Hemandades para invitarme a pronunciar el Pregón de la Semana Santa de Hellín.
Esta inesperada llamada me produjo una mezcla de sorpresa y emoción porque cualquier hijo de Hellín, sabe y reconoce, el alto honor que significa anunciar la Semana Santa de un pueblo que siente, padece, ora y celebra como si fuera un solo corazón.
Mi corazón ahora acompasa su latido al redoble de los tambores con el son de mi más sincero agradecimiento a Hellín, a mi pueblo y a su gente, por honrarme como heraldo de nuestra Semana Santa.
Este es un privilegio reservado a hombres de letras de prestigio, al lado de los cuales me encuentro ahora, de forma inmerecida, por la generosidad de la Asociación de Cofradías y Hermandades, a la que espero corresponder con este Pregón para todos mis paisanos.

El libro " Pregones de la Semana Santa de Hellín, de nuestro paisano y Cronista Oficial, gran amigo Antonio Moreno, cuya meritoria labor a favor de nuestra cuidad aprovecho ahora para resaltar, me ha servido de inspiración para hacer hoy, aquí, en este marco incomparable de la Parroquia de La Asunción, el anuncio de una nueva Semana Santa.
Pregoneros como Juan Andújar Balsalobre, Tomás Preciado Ibáñez, Antonio Millán Pallarés, Mariano Tomás Benítez, Juan Bravo Castillo, Juan Andújar Tomás y tantos otros, se reúnen en esa publicación formando una ilustre galería que forma ya parte de la historia de Hellín y, lo que es más importante, de la memoria colectiva de su Semana Santa.
Comprenderán ustedes el porqué en este momento me sienta, al mismo tiempo, halagado y turbado por tan enorme responsabilidad.
Afronto pues este cometido con la profunda convicción de que cualquier empresa se puede afrontar con éxito si se hace con verdad y amor.
Ojalá que así sea y mi nombre acompañe sin desdoro a todos los ilustres hellineros que me han precedido en esta dignidad, a los que he querido y me honran con su amistad.
Termino esta breve reseña de reconocimientos reiterando mi gratitud a los que me han elegido para este empreño, a los que me han ayudado, a los que me han servido de fuente de inspiración y a todos aquellos en cuya obra literaria me he apoyado para poder estar hoy aquí, ante ustedes, con la solemnidad que este acto exige y requiere.
Y ahora es mi deber presentarme. Verán, mis padres, Julián y Celia, nacieron ahora hace 113 años y naturalmente ya no están con nosotros. Él nació en la localidad murciana de Fortuna y mi madre en Hellín. Juntos pasaron cincuenta años en este pueblo que es el mío, puesto que en él me dieron la vida. Más de medio siglo de convivencia continuada de matrimonio en nuestra ciudad dan fe de las raíces hellineras de mis progenitores.
Mi madre nació en Hellín, repito, en la calle del Águila. Era una hellinera profunda, amante de su pueblo, de sus tradiciones y de sus gentes. Fue una mujer inteligente que nos educó a todos en un hondo cariño a Hellín. Recuerdo perfectamente que, cuando se ponía a hablar de nuestro pueblo, lo hizo siempre con emoción y entusiasmo.
Buena prueba de ello es que, a pesar de que vivió algunos años de su adolescencia en Cartagena, luego volvió a Hellín para quedarse hasta el final de sus días.
Cuando nos relataba sus recuerdos sobre la monumentalidad de los tronos o el vistoso paso de los Tercios de la Semana Santa Cartagenera, concluida siempre con esa nota de orgullo, que habla sola del carácter hellinero al contar nuestras cosas: "pero, Pepito, como la Semana Santa de Hellín ninguna; ésta es la mejor del mundo".
Vuelve a mí esta sencilla, pero definitiva frase que comparto con ustedes, con un profundo respeto y gran cariño, porque mi madre vivía con absoluta intensidad toda la historia y tradiciones de Hellín y, entre ellas, en lugar preferente, situaba el más grande de sus acontecimientos, la Semana Santa.
Por eso hoy quiero dedicar este Pregón a mi madre, ¡ a Celia Arcas ¡. Pero no quisiera que quedase así, sólo en el recuerdo de mi madre, sino que este Pregón fuera también una ofrenda dedicada a todas las madres, a las madres de vuestras madres, y en definitiva, a la mujer hellinera.
También quisiera, y creo que todos vosotros compartiréis este deseo, que este Pregón vaya consagrado especialmente a una madre, a la Madre a todos que comparte su amor y su sufrimiento por todos sus hijos, a la madre de Jesús de Nazaret y a una de sus más queridas imágenes, a nuestra Virgen de Los Dolores, a la DOLOROSA DE HELLÍN.
Viví gran parte de mi existencia en la calla Corazón de Jesús y allí, siendo niño, me inicié en el conocimiento y amor por la Semana Santa de mi pueblo. Mi madre fue la inductora directa y necesaria para que este aprendizaje fuera cuajando en mi memoria infantil hasta transformarse en un profundo sentimiento.
En mi casa, bajo su mirada amorosa, aprendí a conocer y entender el toque del tambor, aquel “racataplam”, que es música y letra del himno hellinero y que todos nosotros dedicamos también, con fervor y entusiasmo, a la Madre protectora de nuestro pueblo, a la Virgen del Rosario, esa Virgencica morena, colmada de gracia divina y adomada por su recortada y gentil silueta hellinera.
Un poco más debajo de mi domicilio infantil y juvenil, en la Plaza de Santa Ana, se situaban las herrerías de los Ruiz y Periches, en cuyos aledaños me sentaba durante horas a observar la forja de los tornillos del tambor y cómo, de un trozo de basto hierro, surgía finalmente un espléndido, limpio y equilibrado tornillo. Una autentica obra de arte, conseguida con la paciencia del orfebre y con la sabiduría artesana del que sabe forjar y limar el duro metal.
Yo, debo confesarlo, envidiaba esas manos templadas por el trabajo, ásperas y encallecidas en la fragua, que con el milagro de la Semana Santa, se transformaban en instrumento de dolor y exaltación, arrancando a la piel de sus tambores el sufrimiento por la agonía del Hijo y el júbilo por el Resucitado.
Cuando era niño la Cuaresma abría las calles y plazas para los primero ensayos del toque del tambor. Infantes, Jóvenes y mayores nos afanábamos en la puesta a punto de las cajas que después repicaban durante los días señalados por las calles de Hellín. Entonces empezaba a oírse en un sitio y en otro los numerosos ensayos, pórtico deseado y necesario de una fiesta que todos esperábamos y después gozábamos.

Cómo no evocar en este momento, la nostalgia y la ternura que aflora en el alma de todos los hellineros que residimos fuera de nuestro pueblo, al recordar esos crepúsculos mansos y tibios que despiden el día con la cadencia grave de los tambores en Cuaresma y la solemnidad de las cornetas.
Guardo en mi memoria vivencias imborrables como mi primera salida de Jueves Santo, a los catorce años, pertrechado con mi tambor y con el ánimo y el reto de resistir hasta la madrugada. Mi padre, todo serio me advirtió: “ no vengas tarde”. Entonces intervino mi madre: “ déjale que venga a la hora que quiera; lo importante es no tomar alcohol!”.
Un buen consejo entonces y ahora que modestamente me permito trasladar a toda la juventud.
En esas andanzas infantiles me encontraba yo, cuando llevado de nuevo por mi entusiasmo, un Miércoles Santo, aprovechando la ausencia de Julián, mi hermano mayor, decidí prescindir de mi pequeño tambor y cambiarlo por el suyo, y pese a los consejos de mi siempre prudente madre, salí rumbo al Rabal.
La desgracia quiso que la piel del instrumento se rajara de arriba abajo a los primeros redobles, lo cual representó un tremendo susto y volví a casa apenado y arrepentido al verse cumplidas las advertencias de mi madre.
El destino inmediato fue esconderme debajo de un tarimón para evitar las iras de mi hermano. El bueno de Julián hubo de resignarse, coger el maltrecho tambor y llevarlo de urgencia a Pachiche, aquel maestro en la reparación de nuestros preciados instrumentos quien, pese al arduo trabajo y la acuciante prisa, consiguió tener el tambor a disposición de Julián para el mismo Jueves Santo, día sagrado por excelencia para todo buen tamborilero.
En este breve anecdotario, donde los tambores se mantienen como hilo argumental, resurgen memorias infantiles de cuando asistí a un concurso de toque de tambor en el que, entre otros, participaba Rafael, un chaval con un gran dominio de los palillos, y que acariciaba el parche al propio tiempo que lo hacía redoblar con fuerza, encadenando toda suerte de toques.
Naturalmente, él ganó el concurso y yo, al tiempo que envidiaba su maestría, comencé a admirar en Rafael a todos los buenos hellineros. Después él fue maestro y paladín de varias bandas de cornetas y tambores que desfilaron durante muchos años en las procesiones de Semana Santa.
En aquella época era difícil, por no decir imposible, ver una mujer la noche de Jueves Santo o en la mañana del Viernes, tocando al tambor. Por eso recuerdo la figura de una tamborilera, Dolores “La Orcica”, que durante mis años mozos, revestida de su túnica negra y pañuelo al cuello, se unía al coro de las filas de los tamborileros haciendo sonar su caja con entusiasmo y destreza, compartiendo con nosotros las horas agotadoras de la tamborada.
Hoy, que afortunadamente han desaparecidos todas las restricciones que impedían a las mujeres participar de nuestras hermosas tradiciones, la mujer se ha integrado como una más en las Peñas tamborileras e incluso desborda y supera en participación a los varones, sin envidiarles en maestría y entusiasmo. Sirva este Pregón también de homenaje a la mujer tamborilera.
Hoy, que la benevolencia de la Asociación de Cofradías y Hermandades, me permite acudir de forma notable al reencuentro con la Semana Santa de mi pueblo, desagraviando las ausencias a las que me obligaron anteriores compromisos profesionales, quiero compartir con vosotros un emocionado recuerdo de mis años en Guadalajara.
Visitaba de forma oficial un pueblo alcarreño y en la plaza se había dispuesto una tribuna, donde me encontraba con el alcalde junto al resto de autoridades. Desfilaba una procesión precedida por un pequeña banda de música, que abría un grupo de cornetas y tambores. Al llegar a la tribuna se detuvo e interpretó el himno nacional. Cuando terminó la procesión y me acerqué a felicitar al director de la banda de música, a mi lado estaba el cabo de tambor de aquella agrupación.
Le dije: “toca usted muy bien el tambor”, a lo que contestó: “ es que soy de tierra de tambores”.
Incitado por la curiosidad no pude más que pedirle me dijera cuál era esa tierra, respondiéndome con enorme orgullo: “yo soy de Hellín”.
Entonces las palabra solas vinieron a mi boca: “hermano, dame un abrazo, que yo también soy hellinero” y ambos no pudimos evitar que nuestros ojos brillarán de emoción al recordar en silencio nuestro amado pueblo y su entrañable Semana Santa.
Todo esto es lo que me hace vibrar por esta tradición, ya universalmente reconocida, y lo que me conmueve el alma.
Los grandes clamores, los dramáticos silencios, la típica y variada gastronomía que acompaña siempre el son de nuestros tambores que han sabido aglutinar y encauzar el enorme gentío que el redoble congrega, la irresistible atracción que producen los miles de tambores enhebrados en enormes e interminables filas entusiastas manifestaciones durante cinco maravillosos días es lo que me impresiona y me fascina.
Por todo ello tomo prestados los versos de un gran amigo y joven poeta, Juan Antonio Andujar Buendía, eslabón de una generosa familia hellinera y que, con su permiso recito:
¡ Es la saeta el tambor
del Cristo del hellinero,
que es Dios tamborilero,
que es un Dios redoblador!
¡Tambor de un pueblo sin fin
que todos los Viernes Santos
va subiendo redoblando
al Calvario de Hellín!
¡Tambor de esta tierra mía,
que hace amores
con brutal algarabía
al sonar de sus tambores!
¡Hoy toco ante ti Señor
y con mi redoble quiero
verte bajar del madero
para tocar al tambor!.
Pero la Semana Santa de Hellín no guarda en la cadencia de sus tambores la exclusividad de su representación popular. A la Semana Santa de Hellín también se llega por su fragancia de primavera, cuando la naturaleza acompaña a la tradición del Domingo de Ramos estrenando brotes y colores.
Es un aroma especial que impregna a todo Hellín con el paso de cada una de las procesiones que se suceden durante toda la semana, comenzando con el júbilo del Domingo de Ramos, en torno al paso de los hellineros hemos bautizado como “el de la burrica”, y que culminan con idéntico gozo en el mediodía del Domingo de Resurrección, al paso de un Cristo vencedor de la muerte y de su Madre transfigurada por la esperanza y la vida eterna.
Este maravilloso perfume procede también de las manos del esmero de los artistas florales, que adornan delicadamente con bellos ramos, los tronos que las cofradías y que los esforzados costaleros y costaleras, pasean con fervor y sacrificio por las calles hellineras.
Pero a los aromas hay que unir los sabores, sabor a Semana Santa con habas frescas acompañadas de bacalao, el mojete, las empanadillas indispensables en el trajín del tamborilero, el sabor fresco de la caña de la canela y los piñones en ese regalo de madre complaciente que son los panecicos, y los caramelos... esos caramelos hellineros, variados y sencillos, ofrecidos como prenda de amistad, dulce piropo o dulce regalo para los más pequeños.
Todo esto, también forma parte del libro no escrito de la Semana Santa, junto con la clásica indumentaria tamborilera (túnica negra y capuz o pañuelo al cuello), que se adueña del cuadro de una Semana de Pasión, que ha cobrado un gran atractivo turístico y que transforma Hellín, en estas fechas, en un lugar de singular interés.
Y una vez más debo recordar a Celia Arcas, mi madre, cuando llega el momento de referirme a las procesiones de la Semana Santa.
Ella, repito, me enseño a emocionarme y a sentirme participe de esta representación secular, que ha hecho de Hellín un escenario incomparable para evocar el Ministerio de Cristo, la tragedia de un Dios abandonado y hecho carne, y la amargura de una Madre.
Yo he sido, y debo decirlo para no traicionar el espíritu de este pregón que hoy tengo el honor de pronunciar, más espectador que actor en los desfiles procesionales, aunque alguna vez y siempre, en mi primera juventud, he participado como nazareno en la Hermandad de la Santa Cruz junto a la preciosa imagen de la Virgen de Zamorano.
Ya he hablado del bullicioso y concurrido alborozo que la Entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de nuestra “Burrica” convocada la mañana del primer domingo.
Después, tras la pausa del lunes, lo que en principio fuera traslado procesional del Martes Santo, se ha convertido con el tiempo en una bella Procesión, en la que brilla con luz propia y deslumbrante la bellísima representación de la Virgen de las Penas de José Zamorano, oro gran acierto de nuestro escultor paisano, y una aportación fundamental a nuestra iconografía religiosa.
Miércoles Santo, ya con el clamor de los tambores, da entrada es su atardecer a uno de los desfiles más representativos de la Semana Santa.
En mis tiempos juveniles, recuerdo que el paso más celebrado junto con la indiscutible emotividad que encarna siempre la Dolorosa, era el Paso Gordo (la Oración del Huerto), compendio del doloroso diálogo de Dios Hijo con el Dios Padre y comienzo real del misterio de la Pasión.
La Santa Cruz, como símbolo universal de la cristiandad, ya no abandonará prácticamente ninguna otra procesión y con ella, dos representaciones más en nuestra Semana de Pasión, Nuestra Dolorosa de Hellín y el rostro impenetrable del que más tarde se convertirá en narrador del drama, Dan Juan Evangelista.
Las figuras solemnes de Jesús de Medinaceli y Jesús Nazareno dotan a esta procesión de una dignidad trascendental para comprender una noche de angustia, reflejada en el magnifico monumento a la compasión y a la piedad que supone el paso de Los Azotes.
Existe una nueva imaginería de singular valor, que se ha ido incorporando a las procesiones, alguna de las cuales desfilan en este primer acto pasional. Así Nuestra Señora del Perdón y el Cristo de la Caída, completarán la impresionante escenografía del Miércoles Santo.
En el anochecer del Jueves Santo, la Procesión del Silencio supone un instante emocional único para contemplar tres momentos imagineros cuyo desfile no se volverá a reproducir en toda la Semana Santa.
Son el Cristo del Gran Poder de veneración universal, Nuestro Padre Jesús de la Misericordia y, sobre todo, la Virgen del Dolor, cuya hermosura se realza de forma primorosa por la esmerada ornamentación floral.
Evoca en nuestro corazón, mucho dolor, mucha belleza y mucha ternura ese rostro mágico de la Virgen y su serena y misteriosa estampa de resignación.
El Prendimiento es una pieza clave en esta composición procesional de Jueves Santo por su significado histórico. Este año se completa con la valiosa aportación de ese cuadro vivienta que será la Santa Cena, gracias al esfuerzo de un grupo de hellineros residentes en Alicante, configurados en asociación y Hermandad, que fieles a su tierra se someten en esta ocasión al examen de sus paisanos, y del que estoy seguro, recibirán la gratitud y acogida a la que se han hecho merecedores.
Pasada la tamborada nocturna de Jueves Santo y en pleno esplendor de sus sones mañaneros del Viernes, nos encontramos con el inicio de la Procesión por excelencia: la Subida del Calvario.
No he conocido a nadie como mi madre que viviera con tanto entusiasmo y devoción la mañana de Viernes Santo y que sintiese una veneración especial por esta procesión estandarte y emblema de todas las demás. Y la verdad es que ninguna otra ciudad, puede ofrecer un paisaje como el del Calvario hellinero para escenificar tanta grandeza.
El Cristo Crucificado y la Dolorosa, son los dos grandes protagonistas de este inigualable momento, escoltados por toda la colección de joyas que componen nuestra imaginería, y con esa coreografía majestuosa que aporta el Calvario.
La bajada del Calvario, arropada por el intenso sonar de miles de tambores, y su culminación con la entrada de la Virgen dolorosa en su templo, ante un público entregado que la contempla mientras escucha el himno de España, pone fin a una intensa mañana de emociones.
Ilustro este momento con un poema de Juan Andujar Tomás, otro miembro de la familia de poetas a la que antes hice alusión, dedicado a la Virgen Nazarena que dice así:
No va por un camino de rosas
Nuestra madre,
Nuestra Virgen Dolorosa
Anda entre espinas y penas,
Exaltada en el cariño
De sus gentes nazarenas.
Compartiendo su agonía,
La Magdalena llorosa
Con su castiza hermosura,
Llena el cáliz de amargura
Con lágrimas que porfían
Por convertirse en luceros,
Invadiendo un mundo nuevo
De tolerancia y perdón,
Y el Cristo con su Pasión,
Llena de sueño el sendero,
En el que barrios enteros
Ven desfilar
El redoble del tambor.
En Hellín se queda el cielo
Azul de la tradición,
Del llanto y del caramelo,
Del bordón y la ilusión
Y entre filas de oliveras
Que echan piropos a Dios,
Una Virgen nazarena
Se coloca la diadema
Finísima del amor.
A la noche, calmados ya los ecos del redoble y sosegados los cuerpos por el descanso, podemos asistir al acto más solemne y ceremonioso de la Semana Santa, la Procesión del Santo Entierro.
El protagonista corresponde a dos Pasos: La estremecedora belleza del Cristo Yacente de Benlliure y la antiquísima y anónima talla de la Virgen de la Soledad.
Sobran las palabras y falta elocuencia para definir tanto dolor, tanto amor, tanta maravillosa misericordia y tanto recogimiento como es que esta noche se percibe en Hellín, por primera y única vez realmente enmudecido y, como siempre, devoto y piadoso ante Jesús y su Madre.
Pero llega la noche del Sábado Santo y otra vez, y no con menos entusiasmo, reaparecen el tambor y la algarabía, y en esta ocasión el son, el tiempo y el comportamiento, aportan mayor alegría y gozo al redoble hasta llegar a la mañana del Domingo de Resurrección.
Así la mañana del Domingo se viste de gran gala allá por la Gran Vía y por el entorno del recinto ferial con motivo del encuentro entre el hijo de Dios Resucitado y su Madre, la Virgen de los Dolores, que resplandece de gozo por su amado hijo recuperado para la vida eterna.
Mañana de júbilo y entusiasmo, acompañada del alegre sonar de bandas de cornetas y tambores y de agrupaciones musicales, que desfilan celebrando el acontecimiento, recuperando sus toques festivos para emprender un esfuerzo final por las costaleras y costaleros hellineros, que hacen bailar a las imágenes, contagiadas por el milagro de la Resurrección.
Es el final supremo de la celebración y el principio de una nueva Semana Santa que ha de venir con la misma fuerza, la misma entrega y devoción del pueblo de Hellín.
Desde este mismo instante tamborileros, nazarenos, costaleros, directivos, autoridades y, sobre todo el pueblo de Hellín, hombres y mujeres que desempeñan todas estas labores, comenzarán a pensar las mejoras a introducir, las novedades a aportar y las ansias de superación que año tras año nos deslumbran gracias a su esfuerzo, fe y amor al pueblo que les ha visto nacer.
Esto es Hellín y en el modesto intento de desvelar el esplendor de nuestra Semana Santa, deseo llevar a todos la voz por desgracia recientemente desaparecida, del fundador y principal componente de esa familia de poetas a la que he venido aludiendo.
Juan Andujar Balsalobre describía así, con unos versos llenos de sensibilidad parte de lo que era su Semana Santa, la Semana Santa de Hellín:
Camino de las Columnas
Mañana de Viernes Santo
Luz de sol, recién nacida,
Entre violetas temblando,
Verde plata, los olivos,
Verde negro los sembrados,
Verde pálido, palmeras,
Verde azul, montes lejanos.
Los Molinos, el Castillo,
San Rafael, el Rosario,
Una bode de colores,
En gris, amarillo y blanco,
Rojo alfarero en San Roque,
Las Cuevas, tinte morado
¡Que bien pinta Primavera,
el paisaje del Calvario!
Allá en el atajadero
La Virgen de Zamorano,
Fino dibujo de angustia
En su mirar dulce y manso
Contempla a Pedro dormido, y en vela a Jesús
Soñando...
Paisanos y paisanas, amigos de Hellín, os deseo a todos una Gran Semana Santa.
Muchas gracias.
Pregón de la Semana Santa de Hellín
a cargo de José Herrero Arcas,
en la Parroquia de la Asunción, 1 de abril de 2006.
a cargo de José Herrero Arcas,
en la Parroquia de la Asunción, 1 de abril de 2006.
lunes, 28 de septiembre de 2009
AMIGO DISTINGUIDO DE HELLÍN
XIII JORNADAS CULTURALES DE FERIA DE HELLÍN 2009
Por Agustín Cifuentes Esparcia.
Cuando le comunicamos a Pepe Herrero (yo lo llamo así porque nos une una gran amistad de muchos años) el nombramiento de Amigo Distinguido, fue una sopresa para él, ya que no esperaba esta distinción. Desde el primer momento se puso a nuestra disposición para todo lo que necesitásemos y nos encontramos con una persona afable, alegre y, sobre todo, muy sonriente.
José Herrero Arcas, nacio en Hellín (Albacete) el 25 de Septiembre de 1937, es el menor de tres hermanos (Julián, Emilia y José). Hijo de Julián Herrero y Celia Arcas, "una hellinera profunda, amante de su pueblo, se sustradiciones y de sus gentes, que inculcó en sus hijos un hondo cariño a Hellín". Vivió gran parte de su vida en la calle Corazón de Jesús, como cuenta en el Pregón de Semana Santa, hasta los 18 años, y como casi todos los chicos de su edad asistió al colegio de D. José Baidez, en la calle Barbarroja de Hellín.
Profesionalmente ha sido una persona que ha ido escalando puestos desde que era muy joven.
Su primer trabajo fue en la gestoría de Juárez, ingresando después de botones en el Banco Español de Crédito, hasta su traslado por ascenso a la Central Contable de Banesto de Albacete, donde estuvo un total de dieciséis años.
De 1959 a 1963 es nombrado Presidente Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica.
El 30 de mayo de 1963 se cáso con Elisa Rodríguez Sánchez, a la que había conocido anteriormente en Albacete por medio de otro amigo que era novio de una amiga de Elisa, y de este matrimonio nacieron tres hijos, José Javier, Juan Antonio y Elisa.
Elisa que ha acompañado a Pepe en toda la andadura de su vida es una mujer con grandes dotes artísticas y una gran pintora, habiendo hecho exposiciones en diversas ciudades y concretamente en Hellín, donde hizo una exposición de calles de Hellín que tuvo un gran éxito.
"Cotemplar sus cuadros proporciona solaz y gozo como una sinfonía pastoral" dice de ella Juan José García Carbonell, quien también nos dice que "hablar con ella es tomar contacto con el equilibrio, la serenidad y la simpatía de que es capaz el espíritu humano. Esas vitudes, junto con su sonrisa y su natural belleza, las ha trasladado a sus cuadros".
En 1969 es nombrado Presidente del Consejo de Administración del I.N.P. en Albacete.
El 1 de abril de 1973 accede, mediante concurso oposición, al puesto de funcionario del Cuerpo Técnico de la Administración de la Seguridad Social y a partir de ese momento y mediante oposiciones sucesivas ha desempeñado diversos puestos en la Administración dentro del ámbito de la Seguridad Social, habiendo ocupado los cargos de Secretario, Subdirector y Director).
En el campo político, fue elegido Senador por la provincia de Albacete en la primera legislatura el 1 de marzo de 1979, jurando acatamiento a la Constitución el día 29 de junio de 1982, cesando en dicho cargo el 31 de agosto de 1982, en la que ejercio la Presidencia de la Comisión de Trabajo de la Alta Cámara, participando, fundamentalmente, en la eleboracion de la Ley del Estatuto de los Trabajadores, y formando parte, también, de la Comisión de Derechos Humanos. Fue miembro de la Comisión de Investigación sobre Emigración, visitando Francia, Bélgica y Alemania. También participó en la Comisión que realizó estudios sobre movimientos juveniles en Suiza y Austria.
Viajó a los EE.UU., Nueva York, Washington, San Diego y Marylan, para asitir a cursos sobre policía (Federal y Estatal) y participo en reuniones con autoridades de los estados citados, sobre emigración e inmigración y sistema educativo, en estas visitas mantuvo entrevistas con Senadores y Alcaldes de EE.UU.
También ha visitado muchos países europeos, así como México, Cuba, Egipto y Turquía.
Desde el año 1982 ha ejercido como director en el Instituto Nacional de la Seguridad Social, la Tesoreria Territoriral, durante 7 años. Fue designado por el Consejo de Ministros Gobernador Civil de la provincia de Guadalajara entre el 28 de julio de 1989 y el 7 de abril de 1994 y de la provincia de Ciudad Real entre el 8 de abril de 1994 y 15 de julio de 1995. En el año 2007 es condecorado con la Orden del Mérito de la Guardia Civil. Por ultimo fue designado Subdelegado del Gobierno en la provincia de Albacete, en el periodo 2004-2008. En el año 2009 el 26 de septiembre, recibe la Condecoración de la Cruz del Merito Policial con distintivo blanco, condecida por el Ministro del Interior.
Por Agustín Cifuentes Esparcia.
Cuando le comunicamos a Pepe Herrero (yo lo llamo así porque nos une una gran amistad de muchos años) el nombramiento de Amigo Distinguido, fue una sopresa para él, ya que no esperaba esta distinción. Desde el primer momento se puso a nuestra disposición para todo lo que necesitásemos y nos encontramos con una persona afable, alegre y, sobre todo, muy sonriente.
José Herrero Arcas, nacio en Hellín (Albacete) el 25 de Septiembre de 1937, es el menor de tres hermanos (Julián, Emilia y José). Hijo de Julián Herrero y Celia Arcas, "una hellinera profunda, amante de su pueblo, se sustradiciones y de sus gentes, que inculcó en sus hijos un hondo cariño a Hellín". Vivió gran parte de su vida en la calle Corazón de Jesús, como cuenta en el Pregón de Semana Santa, hasta los 18 años, y como casi todos los chicos de su edad asistió al colegio de D. José Baidez, en la calle Barbarroja de Hellín.
Profesionalmente ha sido una persona que ha ido escalando puestos desde que era muy joven.
Su primer trabajo fue en la gestoría de Juárez, ingresando después de botones en el Banco Español de Crédito, hasta su traslado por ascenso a la Central Contable de Banesto de Albacete, donde estuvo un total de dieciséis años.
De 1959 a 1963 es nombrado Presidente Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica.
El 30 de mayo de 1963 se cáso con Elisa Rodríguez Sánchez, a la que había conocido anteriormente en Albacete por medio de otro amigo que era novio de una amiga de Elisa, y de este matrimonio nacieron tres hijos, José Javier, Juan Antonio y Elisa.
Elisa que ha acompañado a Pepe en toda la andadura de su vida es una mujer con grandes dotes artísticas y una gran pintora, habiendo hecho exposiciones en diversas ciudades y concretamente en Hellín, donde hizo una exposición de calles de Hellín que tuvo un gran éxito.
"Cotemplar sus cuadros proporciona solaz y gozo como una sinfonía pastoral" dice de ella Juan José García Carbonell, quien también nos dice que "hablar con ella es tomar contacto con el equilibrio, la serenidad y la simpatía de que es capaz el espíritu humano. Esas vitudes, junto con su sonrisa y su natural belleza, las ha trasladado a sus cuadros".
En 1969 es nombrado Presidente del Consejo de Administración del I.N.P. en Albacete.
El 1 de abril de 1973 accede, mediante concurso oposición, al puesto de funcionario del Cuerpo Técnico de la Administración de la Seguridad Social y a partir de ese momento y mediante oposiciones sucesivas ha desempeñado diversos puestos en la Administración dentro del ámbito de la Seguridad Social, habiendo ocupado los cargos de Secretario, Subdirector y Director).
En el campo político, fue elegido Senador por la provincia de Albacete en la primera legislatura el 1 de marzo de 1979, jurando acatamiento a la Constitución el día 29 de junio de 1982, cesando en dicho cargo el 31 de agosto de 1982, en la que ejercio la Presidencia de la Comisión de Trabajo de la Alta Cámara, participando, fundamentalmente, en la eleboracion de la Ley del Estatuto de los Trabajadores, y formando parte, también, de la Comisión de Derechos Humanos. Fue miembro de la Comisión de Investigación sobre Emigración, visitando Francia, Bélgica y Alemania. También participó en la Comisión que realizó estudios sobre movimientos juveniles en Suiza y Austria.
Viajó a los EE.UU., Nueva York, Washington, San Diego y Marylan, para asitir a cursos sobre policía (Federal y Estatal) y participo en reuniones con autoridades de los estados citados, sobre emigración e inmigración y sistema educativo, en estas visitas mantuvo entrevistas con Senadores y Alcaldes de EE.UU.
También ha visitado muchos países europeos, así como México, Cuba, Egipto y Turquía.
Desde el año 1982 ha ejercido como director en el Instituto Nacional de la Seguridad Social, la Tesoreria Territoriral, durante 7 años. Fue designado por el Consejo de Ministros Gobernador Civil de la provincia de Guadalajara entre el 28 de julio de 1989 y el 7 de abril de 1994 y de la provincia de Ciudad Real entre el 8 de abril de 1994 y 15 de julio de 1995. En el año 2007 es condecorado con la Orden del Mérito de la Guardia Civil. Por ultimo fue designado Subdelegado del Gobierno en la provincia de Albacete, en el periodo 2004-2008. En el año 2009 el 26 de septiembre, recibe la Condecoración de la Cruz del Merito Policial con distintivo blanco, condecida por el Ministro del Interior.
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